El Espectador
“Espero que te sigas divirtiendo, a no verdad, ya dejo de ser divertido”, esas fueron sus palabras, colgó el teléfono y me quede atónito, ¿en serio nadie va venir por mí para llevarme al hospital?, me cuestione en silencio, abriendo en mi mente una ligera posibilidad de que algo estaba mal con mi forma de beber.
Meses más tarde la llamaría nuevamente, tenía algo que decir…
Me encontraba sentado en una silla de plástico al rincón de la cocina, cuando entro él a servirse un poco de café, volteo a verme mientras daba un sorbo cuidadoso a su taza y me dijo “que triste ver cómo has reducido tanto tu mundo, eres tú, fumando en una esquina, sin nada que hacer, sin nadie con quien estar, lo peor es que lo pagas con vida”; se dio la media vuelta y salió, en ese momento me quede con una sensación en mi pecho profundamente dolorosa, sus palabras se habían clavado en un lugar muy cerca de mi corazón, al mismo tiempo destrozaban mis intestinos, recorrían todo mi cuerpo y retumbaban en mi mente.
Para ese entonces me había convertido en un simple espectador de la vida, veía como la gente a mí alrededor avanzaba y vivía, podía escuchar hablar de graduaciones, bodas, trabajos, viajes, ascensos laborales, adquisiciones materiales y de más; y yo, ¿Dónde carajos estaba yo?, ¿A dónde me dirigía? ¿Quién era?, solo sabía que mi cuerpo ocupaba un lugar en la primera fila de un palco falso dentro del anfiteatro de la soledad, compartiendo el asiento con mis miedos, mis tristezas y frustraciones.
Antes de escucharlo, había estado repasando una y otra vez las vivencias que había tenido a lo largo de mi vida, era un martirio, y eso se debía a que creía que muchos de esos recuerdos podían ser diferentes, creía que podía haber evitado mil y una situaciones.
Era momento de decidir, podía seguir cuestionándome ¿Por qué? o comenzar a preguntarme ¿Para qué?, en este proceso conocí a mi maestro de vida, el no solo me ayudo a salir de una profunda depresión acompañada de un consumo excesivo de sustancias que alteraban mi estado mental, físico y espiritual; también me ayudo a formar un carácter que me permitió reincorporarme a la vida; había estado sobreviviendo por un par de años y mi instinto de supervivencia se había estado desvaneciendo un poco más cada día. Como adicto había tenido una vida de mucha carencia afectiva, de mucho sufrimiento y de una soledad que carcomía el alma.
Tuve una de tantas charlas con él, su temple me imponía, ¿Cómo era posible que hubiera tanta paz dentro de una persona?, se le veía feliz, tenía un grado de conciencia que le ayudaba a comprender algo nuevo cada día, podía generarse su propio bienestar y esparcirlo a su alrededor, yo quería un poco de eso y estaba dispuesto a tomarlo; en esa ocasión me dio una definición de la palabra realidad que estuvo dando vueltas en mi cabeza durante días, me dijo “la realidad es, te guste o no te guste”, era un mensaje muy simple que simulaba ser banal, pero cargado de un sentido muy profundo que me invitaba simplemente a comenzar a aceptar.
¿En verdad hubiera podido evitar haber vivido de esa manera?, hasta entonces no había sido capaz de controlar ciertas circunstancias, no tenía el poder de controlar como se comportaba la gente a mi alrededor, ni lo que pensaban, ni lo que decían, no podía obligarlos a amarme, y si me amaban no podía hacer que lo hicieran de la forma en que yo quería o necesitaba; era necesario aceptar, si no lo hacía continuaría resintiéndome con el mundo entero.
Me descubrí tan insatisfecho, tan vacío, me había percatado de que era un ser insaciable al que nada ni nadie llenaba, mis exigencias estaban fuera de control, para ese entonces ya había agotado mi lista de personas a las que podía culpar por encontrarme en esa situación, era momento de actuar, era momento de poner mi vida en manos de aquella energía que mueve las galaxias, que controla las mareas, que le da vida a un ave y que hace que yo pueda respirar sin tener que esforzarme o pensar en hacerlo, ya no necesitaba buscar una razón para vivir, ya estaba vivo, me gustara o no mis ojos se abrían por la mañana.
Al parecer me hallaba en el momento y lugar indicados, pero ya había estado antes ahí, ¿Por qué sería diferente hoy?, estaba acompañado de un pasado atormentador lleno de malos recuerdos que tal vez aún no estaba dispuesto a dejar ir, y de un futuro lejano e incierto que me generaba una gran angustia, ¿sería capaz de llevar a cabo mis sueños y metas truncas?, ¿podría cumplir mis expectativas y las de los demás?, ¿Aún era importante para mí hacerles ver qué si pude hacerlo?, ¿aún esperaba impresionarlos?, ¿sería capaz de dejar de hacer todo lo que es importante para mí con tal de escucharlos decir “estoy orgulloso de ti”?, mi clara dependencia a buscar la aprobación constante de los demás era otra situación a la que había que ponerle atención, tenía una gran necesidad de escucharlos decir que valgo, que soy bueno, que tengo grandes aptitudes, que me aman.
Una cosa a la vez, me decía él, podía darme cuenta de cuales eran mis prioridades, pero tenía prisa, era impaciente, quería ver resultados y no quería esforzarme en lo absoluto, empezaría por lo primero y con un poco de constancia llegaría a algún lugar en el que nunca antes había estado, lejos de aquel sitio en el que me había acostumbrado a estar, pero aun había una lucha interna, una guerra que no terminaba, una parte de mi buscaba alivio, paz y libertad y la otra quería seguir trastornado y atado, aun podía visualizarme tirado en el piso de mi habitación ahogado en llanto y alcohol, con la nariz sangrando, sin ganas de vivir y con una sola preocupación ¿Cómo diablos podré conseguir la próxima dosis de cocaína?
Lamento en demasía haberme equivocado tanto, lo peor es continúo haciéndolo, no puedo vivir condicionado a no cometer errores, simplemente soy un ser humano más. Para el día de hoy solo hay un par de huellas sobre la arena, mi vista fija hacia el horizonte puede observar con claridad, ya no tengo ese velo de niebla que no me permitía ver más allá de mi nariz, vuelvo a ser un simple espectador, la diferencia es que tengo el estelar en la obra que se presenta hoy ante mis ojos y se llama “mi vida”; me veo, me siento, me voy conociendo un poco más cada día, soy solo un alma que vino al mundo a amar y aprender, me he entregado a un par de pies que mi destino rigen, busco no tener nadie de quien depender y nadie a quien defender, estoy en paz conmigo mismo, estoy en paz con el universo entero, no quiero seguir luchando contra él, creo que me he percatado que es mucho más grande que yo, aunque mi ego no esté de acuerdo.
Una de esas noches de «mi botella y yo», un soplo de esperanza tomo el teléfono, la llame y le dije “Yo sé que tú sabes que no vine a vivir mi vida de la forma en la que la estoy viviendo, por favor ayúdame”
Ella me acompaño en este proceso, así como lo hizo a lo largo de mi vida, siempre estuvo ahí, algunas veces presente, otras tantas ausente, fueron repetidas las ocasiones en que me lo hacía ver al repetirme “no sé cómo es que siempre terminamos juntos”, de una u otra manera así era; ella es mi amiga, mi confidente, mi inspiración, mi guía, mi fortaleza, mi esperanza, mi compañera de vida, encarnada como mi hermana en esta vida, pero ocupando diferentes roles a lo largo de muchas.
Una parte de mi vida era otra parte de la suya, solo un relato, unas líneas que expresan un lapso de tiempo, un cumulo de emociones, una lluvia interminable de pensamientos. Y ahí estábamos, tomados de la mano, cagándonos de miedo, observando un panorama desalentador y turbio que estaría lleno de demasiadas situaciones por resolver, mucho aprendizaje queríamos llevarnos, por eso habíamos decidido en primera instancia tener esos padres, por eso habíamos decidido acompañarnos, no iba a ser fácil pero sabíamos que nos teníamos el uno al otro para enfrentar cualquier adversidad que pudiera atravesarse en nuestro camino; yo le había prometido que llegaría cinco años después y así fue, cuatro más tarde a las dos de la madrugada estábamos en pijama parados a la entrada de una noche fría, ella cubría mis ojos, ¿Quién cubriría los suyos?
Escrito por Carlos Franken